lunes, noviembre 20, 2006

LA MUJER EN LA SOCIEDAD ISLÁMICA


Junto a un proceso profundo, amplio y silencioso, de promoción de la mujer musulmana, se advierten duras reacciones que aparentemente hacen retroceder en poco tiempo el avance de varias décadas.
Las costumbres islámicas relativas a la mujer se fundamentan el Corán, la Sunna y también en tradiciones, algunas de la cuales provienen de época preislámica. La sociedad árabe a la que Mahoma dirigió su predicación era una sociedad patriarcal, propia de pueblos tradicionalmente pastores.
Las mujeres estaban consideradas como bienes familiares, sometidas a la tutela masculina, con la misión de procrear hijos varones para garantizar la continuidad de la familia patriarcal.

El texto coránico protege a la mujer frente a los excesos de este modelo prohibiendo matar las hijas al nacer, limitando la poligamia y el repudio, reconociendo el derecho de la mujer a la propiedad y a la educación, y exigiendo el consentimiento de la mujer para el matrimonio. Estas disposiciones se encuentran en suras -revelaciones de Dios a Mahoma recogidas en el Corán- pertenecientes a la primera época, cuando Mahoma vive en la Meca con su mujer Jadicha y tiene escasos seguidores.
Tras la muerte de Jadicha y la huida a Medina las nuevas suras recogen más bien las ideas patriarcales de preeminecia del hombre sobre la mujer. El interés por no dañar la estructura social establecida favoreció que la aparente contradicción se resolviera decidiendo que las suras posteriores prevalecían sobre las primeras. Los sectores musulmanes tradicionalistas siguen defendiendo esta interpretación, pero los reformistas reclaman la preeminencia de las primeras suras, más favorables a la mujer.
Los regímenes laicos surgidos de la descolonización se mostraron preocupados por mantener la personalidad cultural. Temiendo que cualquier evolución de la situación legal de la mujer fuera interpretada como pérdida de identidad, legitimaron la tradicional autoridad del hombre sobre la mujer.
El reciente desarrollo de los movimientos islamistas ha situado la cuestión de la mujer en el centro del debate social. Algunos propugnan incluso apartar a la mujer del trabajo y dejar sus puestos para los varones parados. Cabe hablar de una retradicionalización impulsada desde el Estado como prevención frente a la expansión islamista.
Sorprende ver a tantas mujeres adoptar con entusiasmo este islamismo. Ahora bien, la separación de sexos podría dar lugar a situaciones en las que la subordinación de la mujer tuviera carácter excepcional.
Son muchas las mujeres que apoyan tradiciones que les discriminan. A veces son tradiciones preislámicas que carecen de cualquier base religiosa. Un ejemplo terrible es la ablación del clítoris que en algunas zonas -musulmanas y no musulmanas- de África mantiene su plena vigencia y afecta a decenas de millones de mujeres.


Sin embargo la realidad social está cambiando, especialmente en las ciudades que acogen a una proporción creciente de la población. La explosión demogáfica, la emigración masculina y la necesidad de aportar dinero a la familia están cambiando el comportamiento social de aquellas mujeres que han podido acceder ya a la formación profesional o universitaria.
El uso del velo o hidjab tiene a veces un sentido contrario al que interpretamos los occidentales. No sólo es una prenda tradicional cómoda y barata, sino que además permite a la mujer que lo lleva moverse libremente y acceder a la universidad y al trabajo.
La poligamia está poco extendida y en franca regresión. En algunos países está prohibida y en los demás se tiende a pactar en el contrato matrimonial la nulidad automática si hay un segundo matrimonio. Las bodas se conciben como un pacto entre dos familias, aunque en las grandes ciudades los jóvenes tienen más libertad de elección. Una vez casada la mujer debe obedecer a su marido. Asimismo la herencia de la mujer es siempre inferior a la de sus hermanos varones. Además la tradición coránica permite al hombre repudiar a su mujer, mientras que ella para divorciarse precisa de la autorización de un juez islámico.

La mujer está ampliamente integrada en un sistema educativo generalmente de carácter mixto. Su presencia está generalizada en la enseñanza primaria y es bastante amplia en la enseñanza secundaria. Sin embargo las diferencias entre países son notables y hay zonas donde se resisten a enviar a las niñas a los centros de enseñanza secundaria.
En la universidad hay menos mujeres que hombres pero las diferencias se han atenuado. En algunos círculos intelectuales se defiende la creación de universidades exclusivamente femeninas como único medio de garantizar a las mujeres una amplia presencia en los niveles educativos superiores.

La participación de la mujer en el trabajo es normal en medios campesinos, pero encuentra grandes dificultades en las profesiones modernas. Muchos hombres creen que las mujeres les arrebatan ilegítimamente los escasos puestos de trabajo.
La convivencia laboral entre personas de diferente sexo provoca recelos en la sociedad. Algunos países han establecido espacios separados en locales y transportes públicos. Sólo en algunas profesiones -como maestra o enfermera, donde la presencia femenina es masiva- se disipan estos recelos. Sin embargo nuevos hábitos de consumo obligan a las familias a procurarse un segundo sueldo y -pese a las resistencias- incorporar a la mujer al trabajo.
Cuando los islamistas alcanzan el poder, la implantación de la Sharía convierte su situación en insoportable. En Afganistán los talibanes han impuesto una absoluta separación de hombres y mujeres, llegando incluso a expulsar a las mujeres enfermas de los hospitales.


En el área musulmana abundan las situaciones extrañas a la sensibilidad moderna y radicalmente contrarias a los derechos humanos. Sin embargo el Islam no es igual en todas partes: en Europa, en Asia Central, en Asia Meridional y en el Sudeste Asiático la presencia de otros componentes culturales concede a la mujer musulmana una mejor condición, comparable a la de otras mujeres de las mismas onas.
Paradójicamente nunca en la historia del Islam había tenido la mujer un papel tan relevante. En 1995 había tres primeras ministras en grandes países musulmanes: Tansu Ciller en Turquía, Benazir Bhuto en Pakistán y Jaleda Zia en Bangladesh. Hay más mujeres poetas y novelistas que en ninguna otra época y sorprende la energía y el valor con que muchas mujeres denuncian los problemas que conlleva su situación en la sociedad islámica.